martes, 17 de junio de 2014

Es lamentable que las bibliotecas tengan tanta importancia para los amantes de los libros o los coleccionistas y tan poco valor para la mayoría

SALTA.- Caminar por una biblioteca es una visita deliciosa, es un recorrido a través de los tiempos en poco espacio. Es contemplar y abrevar sabiduría, estudio, reflexión, sosiego, innovación y apasionamiento. El genio humano está impregnado en los libros en cada palmo de cada biblioteca. Es a finales del siglo XVI cuando la biblioteca adquiere la forma de sala de lectura, tal como la entendemos en nuestros días.
Las bibliotecas son para los estudiosos, para los estudiantes, para curiosos y amantes de la lectura y la cultura. La biblioteca es una estación de libros que deben ser gestionados para su circulación y lectura; es un servicio público insustituible con muchos libros y agregados instrumentales de tecnología moderna que complementan los servicios que ofrece. Todo territorio o centro de poder debe tener una buena biblioteca. Para consolidar  la institución bibliotecaria y hacer patente su importancia se destina un presupuesto, un local adecuado, personal profesional y técnico especializado no sólo para la compra y administración de libros y otros productos sino también para brindar servicios culturales. Las bibliotecas suelen tener volúmenes impresos, manuscritos, incunables, iconografías diversas con diferentes disciplinas allí representadas. Toda buena biblioteca tiene que tener espacios destinados a la investigación.
 El saber popular nos dice: Quod natura non dat. Salmantica non praestat. La esencia del estudio y el conocimiento no se basa en que el genio naturalmente dotado se supera a sí mismo sino que con las enseñanzas de estos lugares que son las bibliotecas se abonan, fertilizan y producen los pensamientos y las ideas. Santiago Ramón y Cajal (1852 - 1934) decía: "Nada hay más semejante a una biblioteca que una botica. Si en las estanterías farmacéuticas se guardan los remedios contra las enfermedades del cuerpo, en los anaqueles de las buenas librerías se encierran los específicos reclamados por las dolencias del ánimo. Por tanto, la biblioteca debe ofrecernos, en armonía con el estado de nuestro espíritu, libros fúnebres que hagan llorar; libros que hagan reír y delirar; libros sedantes; libros analgésicos; libros tonificantes y hasta libros de pura broza ganga (broza = desecho o desperdicio de algo; conjunto de cosas inútiles que se dicen por escrito o de palabra; ganga = cosa despreciable y molesta) y relleno. Hasta las insulsas obras nos enseñan a apreciar, por contraste, las producciones maestras del ingenio, con la ventaja de proporcionarnos, leídas después de cenar y a pequeños sorbos, naturalmente; el sueño más fisiológico, profundo y reparador que se conoce.
 Compramos ciertos libros para adoctrinarnos; otros para censurar al autor; algunos, ñoños y sosos para la familia, y, en fin, la mayoría para que abulten y decoren la biblioteca. Seremos olvidados salvo que andando el tiempo, algún curioso ratón de biblioteca nos descubra, prestándonos fugaz actualidad, será para justificar pedantescamente el olvido (paráfrasis de Charlas de café; 1921). Hay que tener fe en el poder salvador de las palabras adecuadas en el orden apropiado como en la oración religiosa o en la secular. Los libros permanecen, pero sin nadie que los lean y que liberen su sentido son objetos muertos, no son nada.
Es lamentable que las bibliotecas tengan tanta importancia para los amantes de los libros o los coleccionistas y tan poco valor para la mayoría. Somos actualmente tan vulnerables e inmersos en la incertidumbre que los libros y el recurso de la historia no nos ilumina nuestro presente y ha dejado de funcionar como fuente de entendimiento que oriente nuestras andaduras futuras. Parece que nuestro presente es autosuficiente y que con lo que nos pasa a nosotros podemos entender cualquier acontecimiento del pasado y del presente; no nos identificamos en y con el pasado. Nuestra identidad es ligera y volátil; tenemos la idea de que somos absolutamente diferentes y podemos inventarnos a nosotros mismos.
Muchos libros nos permiten recurrir al pasado para así entendernos mejor; hay situaciones que no pueden ser explicadas sino en forma literaria por más que haya avanzado la ciencia y la técnica (no estoy muy seguro que el más completo tratado de psiquiatría pueda explicar mejor las diversas y dramáticas enfermedades mentales y los comportamientos humanos  que las obras de Shakespeare). Hoy la cultura va de  prisa y esto es endémico a la comunicación electrónica, sumada al breve lapso de memoria que ésta condiciona, también ayuda a borrar las huellas del pasado; los contenidos y énfasis que hay en los libros parecen hoy  bochornosos y pasados de moda.
El tiempo percibido actualmente no es cíclico ni lineal; las obras legadas por los maestros pretéritos en que cada punto ya tiene asignado su lugar inequívoco y en los que la forma de las cosas ya se ha preconfigurado de una vez y para siempre con el fin de que la veamos con claridad y sin cambios cada vez que miramos, resulta absolutamente imposible predecir qué pasará con el conocimiento y en qué momento experimentará una transformación que a muchos parecerá incomprensible. Los pueblos con religiones monoteístas, desde hace siglos, han hecho sus grandes libros sobre la base de la palabra de Dios inscripta en el Antiguo y Nuevo Testamento, la Torá y El Corán y por ello, por el libro, permanecen idénticos y aceptablemente unidos.
 
por Dr. Leonardo Strejilevich




















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