Fuente: "Clarín", Suplemento "Mujer". 25/07/14
“Las bibliotecas tienen el gran poder de igualar”
Vivir entre librosA los ocho años, Nancy Koller vivió algo tan inesperado como sorprendente: leyó un libro que la hizo llorar. Quedó estupefacta. No imaginaba que ese hecho decidiría su vocación .- Mariana Perel / Especial Para Mujer
Los libros hoy no son lo que eran. Y las bibliotecas y los bibliotecarios, tampoco. Es cierto que el cambio de época, en materia tecnológica, modificó también a los lectores. “Hoy, la pregunta es si el libro electrónico reemplazará al de papel. Yo no lo creo, son complementarios. La tecnología permite tener muchos textos en un solo aparato. Pero yo elijo los de papel porque los marco, y cuando compro usados busco huellas, las marcas de quienes lo leyeron, una flor o una vieja dedicatoria. El libro en papel guarda la historia del lector; en cambio en el electrónico es posible borrar todo con un botón”, dice Nancy Koller, una apasionada de ese “universo llamado Biblioteca”. En diálogo con Mujer, Nancy -jefa del Departamento Técnico de la Dirección General del Libro de la Ciudad de Buenos Aires- establece que el arquetipo de la antigua bibliotecaria de anteojos y rodete ya no existe. “Estamos marcadas por una idea conservadora porque somos como los ‘guardianes de los libros’, pero nuestro anhelo es que la gente se acerque a las bibliotecas. Si la atención no es eficiente, el usuario no vuelve y además tenemos la competencia de Internet. Nosotros, a partir de la tecnología, nos convertimos en gestores de una información que llega desde distintos soportes. Nuestras competencias van más allá del libro de papel. De hecho, hay bibliotecas enteramente digitalizadas. El bibliotecario, por ejemplo, en el CONICET, sólo se maneja con la base de datos. En realidad, nuestra función no cambió, se le sumaron herramientas. Claro, ahora hay buscadores, pero nosotros tenemos algo que no se consigue en los soportes tecnológicos: ética”.
El efecto de la lectura
Nancy advirtió su pasión por los libros, durante su infancia, en Monte Grande, cuando lloró por la muerte de Beth, el personaje de un clásico: Mujercitas . “¿Cómo? ¿Un libro puede hacerme llorar?”, se asombró. Tenía ocho años, y también la fascinaba ver cómo los libros eran clasificados. En el aula de su escuela había un armario lleno. Los alumnos tomaban un libro por mes. Detallaban el título en una ficha, el nombre del autor y dejaban un resumen del contenido. “Me encantaba hacerlo, tanto que a los 10 años ya había enumerado todos mis libros”. No sorprende que un ejemplar le haya cambiado la vida: el Manual de Química Inorgánica General , que leyó de un tirón: “Quiero ser química”, decidió. Nancy acabó el secundario y empezó a estudiar Ingeniería Química en la UBA. Pero algo pasaba. Cuando visitaba la biblioteca no podía dejar de observar al señor que hojeaba una ficha antes de alcanzarle el texto. “Más que sentarme a leer, yo quería ser la persona que entregaba los libros”.
Dejó la carrera en tercer año. Había descubierto el Instituto de Bibliotecología Nº 35 de Monte Grande, pero llegó tarde a la inscripción. Le aconsejaron estudiar Letras, lo hizo. Claro que descubrió un mundo fascinante, pero el fantasma volvía: “Yo miraba a ese señor de guardapolvos que me daba el folletín o la revista editados hacía más de 100 años. Eso me parecía mágico”.
Nancy cursó 20 materias de Letras hasta que dijo basta, y se inscribió en el Instituto de Bibliotecología. Mientras estudiaba, aprovechó la oportunidad de hacer una pasantía en la biblioteca de la Facultad de Ingeniería de Lomas de Zamora. La propuesta se la hizo su encargada, Silvia Lacorazza, desde entonces una colega y amiga. Al principio se ocupó de cargar la base de datos. Más tarde, pasó a atender al público. “Era maravilloso darle a otro lo que buscaba, lo que necesitaba. También tuve que hacer de guía, orientar y enseñar...”.
En el 2000, vio cumplido su sueño: se graduó como bibliotecaria. Al año siguiente, fue contratada por la Biblioteca Alberdi, de Remedios de Escalada. Todavía se continuaba trabajando con fichas. También había una base de datos y la atención al público era parte del trabajo. “A veces la computadora se rompía, entonces yo retiraba los ejemplares de los estantes. Una señora me preguntó: “¿Vos sabés donde están todos los libros?”. Me fascinó que creyera que era capaz de algo así. El caudal de información es enorme. Lo cierto es que el bibliotecario no sólo necesita saber lo que tiene, sino dónde podría estar lo que se necesita”. Ese trabajo le permitió insertarse en la comunidad. Recibía a investigadores que construían la historia del barrio como a sus vecinos. Personas que entraban de paso, hasta con la bolsa de los mandados. “Muchos usuarios habían cursado la secundaria de adultos. Yo los veía descubrir nuevos libros, autores. ¡Es tremendo el poder de los libros! ¡Se notaba cómo se les enriquecía la vida! Las bibliotecas tienen la capacidad de igualar: todos podemos entrar. Yo presto mis libros y los repetidos los dejo en el colectivo para que alguien los encuentre”.
El arte de catalogar
Nancy continuó atendiendo al público hasta el 2006. Ese año entró como catalogadora al Departamento Técnico de la Dirección General del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, por unos meses, pero se fue quedando... Desde hace dos años es la jefa de esa área, gracias a que Adriana D’Onofrio, la Directora Operativa de Bibliotecas, notó su entusiasmo y confió en ella.
Dentro de la bibliotecología hay dos grandes ramas: los referencistas, dedicados a encontrar y entregar los libros, y los catalogadores, que se encargan de describir -según normas determinadas- todo lo necesario para su identificación y su localización. “En verdad, los bibliotecarios somos las dos cosas. Son las circunstancias las que te llevan a especializarte”. Nancy asegura que su oficina puede considerarse “el corazón de la red de bibliotecas” ya que por allí pasan todos los libros. “Nosotros los recibimos, después son distribuidos en las 37 bibliotecas porteñas”.
Su equipo se ocupa de describir los contenidos de cada obra y subir la información a la base de datos que está disponible en todas las bibliotecas de la ciudad o en Internet. “Es una responsabilidad, porque depende de cómo se describa al libro para que el usuario pueda hallarlo rápidamente. Algo mal catalogado o mal clasificado no se encuentra. Nuestro desafío es simplificar esas búsquedas”.
Cualquiera puede buscar la información on line, pero no faltan los que resisten a la tecnología y solicitan información por teléfono. “Es muy importante ese feedback con la gente. Si bien describimos un libro mediante cánones internacionales también nos fijamos cómo los piden, qué palabras usan porque es fundamental ese contacto con el público”.
“De chiquita, a mí me encantaba ir a la biblioteca del barrio. Me atendía una señora amable y solícita. En la escuela nos pedían muchos dibujos y ella me traía la ilustración exacta. Yo no sabía que ella era bibliotecaria, la consideraba una abuela que me ayudaba siempre. Sin saberlo, fue mi modelo a seguir”.
El efecto de la lectura
Nancy advirtió su pasión por los libros, durante su infancia, en Monte Grande, cuando lloró por la muerte de Beth, el personaje de un clásico: Mujercitas . “¿Cómo? ¿Un libro puede hacerme llorar?”, se asombró. Tenía ocho años, y también la fascinaba ver cómo los libros eran clasificados. En el aula de su escuela había un armario lleno. Los alumnos tomaban un libro por mes. Detallaban el título en una ficha, el nombre del autor y dejaban un resumen del contenido. “Me encantaba hacerlo, tanto que a los 10 años ya había enumerado todos mis libros”. No sorprende que un ejemplar le haya cambiado la vida: el Manual de Química Inorgánica General , que leyó de un tirón: “Quiero ser química”, decidió. Nancy acabó el secundario y empezó a estudiar Ingeniería Química en la UBA. Pero algo pasaba. Cuando visitaba la biblioteca no podía dejar de observar al señor que hojeaba una ficha antes de alcanzarle el texto. “Más que sentarme a leer, yo quería ser la persona que entregaba los libros”.
Dejó la carrera en tercer año. Había descubierto el Instituto de Bibliotecología Nº 35 de Monte Grande, pero llegó tarde a la inscripción. Le aconsejaron estudiar Letras, lo hizo. Claro que descubrió un mundo fascinante, pero el fantasma volvía: “Yo miraba a ese señor de guardapolvos que me daba el folletín o la revista editados hacía más de 100 años. Eso me parecía mágico”.
Nancy cursó 20 materias de Letras hasta que dijo basta, y se inscribió en el Instituto de Bibliotecología. Mientras estudiaba, aprovechó la oportunidad de hacer una pasantía en la biblioteca de la Facultad de Ingeniería de Lomas de Zamora. La propuesta se la hizo su encargada, Silvia Lacorazza, desde entonces una colega y amiga. Al principio se ocupó de cargar la base de datos. Más tarde, pasó a atender al público. “Era maravilloso darle a otro lo que buscaba, lo que necesitaba. También tuve que hacer de guía, orientar y enseñar...”.
En el 2000, vio cumplido su sueño: se graduó como bibliotecaria. Al año siguiente, fue contratada por la Biblioteca Alberdi, de Remedios de Escalada. Todavía se continuaba trabajando con fichas. También había una base de datos y la atención al público era parte del trabajo. “A veces la computadora se rompía, entonces yo retiraba los ejemplares de los estantes. Una señora me preguntó: “¿Vos sabés donde están todos los libros?”. Me fascinó que creyera que era capaz de algo así. El caudal de información es enorme. Lo cierto es que el bibliotecario no sólo necesita saber lo que tiene, sino dónde podría estar lo que se necesita”. Ese trabajo le permitió insertarse en la comunidad. Recibía a investigadores que construían la historia del barrio como a sus vecinos. Personas que entraban de paso, hasta con la bolsa de los mandados. “Muchos usuarios habían cursado la secundaria de adultos. Yo los veía descubrir nuevos libros, autores. ¡Es tremendo el poder de los libros! ¡Se notaba cómo se les enriquecía la vida! Las bibliotecas tienen la capacidad de igualar: todos podemos entrar. Yo presto mis libros y los repetidos los dejo en el colectivo para que alguien los encuentre”.
El arte de catalogar
Nancy continuó atendiendo al público hasta el 2006. Ese año entró como catalogadora al Departamento Técnico de la Dirección General del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, por unos meses, pero se fue quedando... Desde hace dos años es la jefa de esa área, gracias a que Adriana D’Onofrio, la Directora Operativa de Bibliotecas, notó su entusiasmo y confió en ella.
Dentro de la bibliotecología hay dos grandes ramas: los referencistas, dedicados a encontrar y entregar los libros, y los catalogadores, que se encargan de describir -según normas determinadas- todo lo necesario para su identificación y su localización. “En verdad, los bibliotecarios somos las dos cosas. Son las circunstancias las que te llevan a especializarte”. Nancy asegura que su oficina puede considerarse “el corazón de la red de bibliotecas” ya que por allí pasan todos los libros. “Nosotros los recibimos, después son distribuidos en las 37 bibliotecas porteñas”.
Su equipo se ocupa de describir los contenidos de cada obra y subir la información a la base de datos que está disponible en todas las bibliotecas de la ciudad o en Internet. “Es una responsabilidad, porque depende de cómo se describa al libro para que el usuario pueda hallarlo rápidamente. Algo mal catalogado o mal clasificado no se encuentra. Nuestro desafío es simplificar esas búsquedas”.
Cualquiera puede buscar la información on line, pero no faltan los que resisten a la tecnología y solicitan información por teléfono. “Es muy importante ese feedback con la gente. Si bien describimos un libro mediante cánones internacionales también nos fijamos cómo los piden, qué palabras usan porque es fundamental ese contacto con el público”.
“De chiquita, a mí me encantaba ir a la biblioteca del barrio. Me atendía una señora amable y solícita. En la escuela nos pedían muchos dibujos y ella me traía la ilustración exacta. Yo no sabía que ella era bibliotecaria, la consideraba una abuela que me ayudaba siempre. Sin saberlo, fue mi modelo a seguir”.