El "resaltado" de algunos párrafos, es mío...
Hoy comienza el
«año litúrgico», que no coincide con el año civil, ni con el curso lectivo, ni
tal vez con el «ejercicio económico anual» de tal ramo de empresas... El año
litúrgico es una periodización propia de la Iglesia católica.
Comienza con el tiempo de «adviento», uno de los varios que lo
componen... «Ad-viento», apócope de «ad-venimiento», significa venida, llegada,
y alude a «la venida de Cristo», que, bíblicamente hablando, son dos: la venida
que ya tuvo lugar, que celebraremos en Navidad, y la futura, la llamada
«segunda venida» de Jesús, «en poder y majestad», que, en la visión clásica
tradicional, pondrá fin al mundo, inaugurará el «juicio final» o «juicio de las naciones», y abrirá
la era definitiva, el «nuevo eón», la «vida eterna» beatífica para los
salvados, y el sufrimiento eterno en el infierno para los «condenados». Todo
ello, dicho en el lenguaje clásico tradicional religioso cristiano. Pero, ¿qué creemos hoy, realmente, de todo ello?
¿Cuánto de todo ello lo creemos sólo «simbólicamente», con un contenido de
significado muy diferente del literal?
Los dos últimos capítulos del evangelio de Mateo forman el llamado
«discurso escatológico» de Jesús. El evangelista pone en su boca y agrupa en
estos capítulos los dichos «escato-lógicos», o sea, los que se refieren al
final (del mundo). Ya sabemos hermenéutica bíblica y no vamos a entrar en el
tema de la historicidad de esos dichos en cuanto efectivamente dichos por
Jesús. Bien pudiera ser que Jesús expresara
estas u otras ideas semejantes, porque Jesús estuvo inmerso en la mentalidad
religiosa y cultural de su época -igual que dijo que Dios «hace salir el sol»
sobre justos y pecadores, porque participaba de la visión cosmológica pre copernicana-. Pero
la pregunta importante es: ¿debemos creer nosotros hoy en esa «descripción del
final» propia de esa visión apocalíptica? ¿Creemos efectivamente que Jesús
«vendrá de nuevo», tal vez «pronto», «como el ladrón», y con semejantes
consecuencias?
Richard DAWKINS, que se ha hecho muy popular con su combate crítico a
creencias religiosas sobrepasadas (que él cree que representan todavía la forma
de creer de los cristianos inteligentes y actualizados), confiesa que queda
«abatido al constatar que el 50% de los estadounidenses cree que el mundo tiene
apenas 6 mil años», y añade: «La única superpotencia mundial actual está a
punto de ser dominada por electores que creen que el universo entero comenzó
después de la domesticación del perro. Creen también que serán personalmente
‘arrebatados’ a las alturas celestiales todavía en el tiempo de su vida, hecho
que será seguido por un Armagedón muy bienvenido como heraldo de la segunda
venida de Cristo». Sam HARRIS por su parte (Letter
to a Christian Nation), aduciendo encuestas del Instituto Gallup, sostiene
que «nada menos que el 44% de la población estadounidense está convencida de
que Jesús va a volver para juzgar a los vivos y a los muertos, en algún momento de los próximos cincuenta
años». «Imagine usted las consecuencias, si algún miembro
significativo del gobierno estadounidense realmente creyese que el mundo está
pronto a acabar de esta manera... El hecho de que casi la mitad de la población
de EEUU crea en eso, en base simplemente a un dogma religioso, debe ser
considerado una emergencia moral e intelectual». Dawkins, que prologa el libro
de Harris, añade que hablar de una «emergencia moral e intelectual» tal vez es
muy moderado.
Efectivamente, aunque hayamos olvidado historias pasadas de los muchos
movimientos milenaristas de siglos pasados, hoy
sabemos bien de consecuencias terribles que están teniendo en la actualidad las
creencias religiosas que derivan en violencia y terrorismo por motivaciones
religiosas verdaderamente apocalípticas, tanto de un signo como de otro. Las
creencias religiosas, sobre todo su interpretación, no son un mero «asunto
privado» de cada quien. Qué crean los norteamericanos electores del gobierno de
la mayor potencia militar del mundo, para mí no es simplemente un «asunto privado»
de ellos. Qué crean y piensen sobre el final del mundo y sobre la intervención
y el dominio que Dios tiene sobre nuestro modo de gestionar este mundo, no es
un asunto religioso privado del que la sociedad no deba preocuparse, porque, en
determinadas circunstancias, puede llegar a ser verdaderamente «una emergencia
moral e intelectual». Pensemos
también en la cantidad de creyentes de pequeñas «iglesias libres» que se
multiplican entre masas de población que viven en sectores de pobreza o
miseria, y en las creencias fundamentalistas que difunden... ¿No son realidades
de interés público, tal vez de salud pública, o incluso de «emergencia moral e
intelectual»?
Casi con toda seguridad, los lectores de este comentario bíblico no
están en esas penosas situaciones religiosas a las que acabamos de aludir. Pero
es bien probable que no sepan bien qué decir ante el evangelio de hoy:
¿seguimos creyendo en una «segunda venida de Cristo»? Probablemente no creen en
su inminencia, ni en su carácter «apocalíptico», ni en Armagedón y sus
amenazas... pero no han decidido si seguir creyendo o no en «la segunda venida
de Cristo». Mientras no lo decidan críticamente
-o sea, mientras no personalicen su fe, en ese sentido- seguirán creyendo con
la creencia tradicional (confiarán una parte importante de su vida a esa
creencia), de que lo más profundo de la realidad es que es el plan de un Dios
que quiso crearnos y ponernos una prueba, y que esa «segunda venida» será el
paso a una vida eterna de premio o castigo por nuestra conducta moral en este
mundo. Todo eso es lo que está implicado en la «segunda venida».
Ocasiones como ésta, del domingo que inaugura el Adviento, que pone ante
nuestros ojos meditativos esa segunda venida, son, deberían ser, una ocasión
para «agarrar el toro por los cuernos» y abordar estos temas, sin contentarse
con darles en la homilía simplemente varios «pases» litúrgicos que lo utilizan
simbólicamente, sin tener el coraje de responder a ninguna de las preguntas que
pasan por la mente de los oyentes.
La esperanza ha sido considerada clásicamente como la
virtud típica del Adviento, la dimensión de nuestra vida que cultivar
especialmente en estas cuatro semanas. Como el pueblo de
Israel y tantos otros pueblos, que vivieron la historia como un caminar
iluminado por la esperanza del encuentro con Dios, el adviento nos invita a
considerar nuestra vida como un caminar que no podemos sobrellevar sino con la
fuerza de la esperanza. ¿Cuál es el peso de la esperanza en nuestra vida?
Tal vez, en el ambiente de nuestra ciudad o de los medios de
comunicación... ya se ha instalado la publicidad navideña. Para el comercio, adviento significa
bombardeo publicitario pre navideño, una navidad que, para ellos, no sería
exitosa sin un aumento del consumo en todos los campos. Un cristianismo
coherente no puede caer en la trampa de
tanto mensaje publicitario aparentemente religioso, que lo que pretende es
solamente hacernos consumir.
La primera lectura, de Isaías, una
de cuyas frases -la de la conversión de las lanzas en podaderas- figura en el
vestíbulo del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, expresa bien la
dimensión terrena de la utopía de esperanza que animaba a los profetas: un
mundo reconciliado, en la paz de la convivencia y el trabajo, superadas las
guerras y las preparaciones para las guerras -los arsenales de armas y las
maniobras militares-.
Por ser parte del Primer Testamento, a Isaías le
falta la visión universalista: ni el «final» ni mucho menos el «fin» son que la
Humanidad camine hacia el monte de Sión, sino simplemente hacia la Utopía de
Dios, sea cual sea el monte sagrado de su religión.
Este primer domingo de Adviento, esta inauguración del nuevo ciclo litúrgico,
con este planteamiento inicial del tema de la esperanza y de la imagen –un
tanto chocante a nuestra sensibilidad– del fin del mundo y de la segunda venida
de Jesucristo, pueden hacernos pensar.
Así como el tema de la muerte personal (sus circunstancias, su acercamiento, su
conveniente previsión) es un tema un tanto tabú en la sociedad occidental,
también entre los cristianos de la actualidad resultan un tanto tabú estos
temas que los textos litúrgicos del adviento nos plantean; no porque sean tabús,
sino porque no sabemos bien qué decir. La expresión clásica y tradicional depende de un
lenguaje mítico y pre científico hoy día casi inaceptable, y es necesaria una
urgente actualización. Buena tarea para
este tiempo de Adviento, o incluso para todo el año litúrgico que hoy
iniciamos.
Lecturas que motivan el comentario:
Is 2,1-5: El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios
Salmo Responsorial 121: Qué alegría cuando me dijeron: “¡Vamos a la casa del Señor”!
Rom 13,11-14: Nuestra salvación está cerca
Mt 24,37-44: ¡Estén en vela, para estar preparados!